Friday, June 23, 2006

CONSIGNA DEL IV DUELO NARRATIVO

Surgió en el restaurante peruano en un choque de rulos entre Levín y Romero.
Y dice: ¿Qué es eso que cae ahí?
La cita será el martes 04 de julio, después de las lecturas del Grupo Alejandría, tipo 22 en Bartolomeo (Bartolomé Mitre 1525).
Recibimos sus textos en: duelosnarrativos@yahoo.com.ar
Escriban, jóvenes escriban!
Aún nadie se declaró en duelo.

Reseña del III Duelo Narrativo

Finalmente el III Duelo Narrativo se llevó a cabo en el lugar de siempre, más temprano de lo habitual porque Iparraguirre se ausentó con aviso: tenía fiebre.
Un ratito antes de las 23 Terranova se dispuso a leer un texto que él introdujo como: "un fragmento de la novela que estoy escribiendo". Lo dejamos continuar al frente del micrófono, puesto que su presencia honró el encuentro y de paso propiciamos el ascenso de su prestigio, un cuartito más.
A la media hora, apareció Oliverio Coelho con el libro de Romero y Terranova en la mano... Ay, qué linda la cofradía!
Coelho ni siquiera tenía una boleta del Carrefour escrita con algo que se asemejara a una reseña de Castillo. Pero la remontó, haciendo de Abelardo. Y contó una intimidad: dijo que cuando juega Argentina a Silvia la encierra en un cuartito porque es imposible ver fútbol junto a su mujer.
Si bien el público demostró su voto favorable a Terranova, los duelistas hemos decidido declarar a ambos escritores perdedores del encuentro porque no cumplieron con su palabra de batirse a duelo bajo la consigna propuesta.
Nada de formalismos, ni cartas documento, el que quiere participar que lo haga bajo las condiciones establecidas.
Y el que no, que se masturbe en su casa, frente a la compu. Obvio.

Monday, June 19, 2006

A pesar de la mala organización, se llevaría a cabo el III Duelo Narrativo.

Hoy Martes 20 de junio debería llevarse a cabo el tercer duelo narrativo una vez finalizado el horario de protección a la moral bienpensante, luego de la performance quincenal del grupo Alejandría.
Hace dos semanas se propuso la siguiente consigna:
soy Abelardo Castillo, y estoy escribiendo la reseña de un libro que no he leido.

Dos grandes escritores recogieron el guante. (Por el momento, y teniendo en cuenta la mala organización de La Empresa, no expondremos sus nombres)
Si uno falta, gana el que aparece y lee su texto.
Si faltan los dos, perdemos todos y lo posponemos unas semanas más- mientras ustedes, cyberlectores, nos alcanzan sus cuentos para la competencia.
En fin. Un quilombo.

Wednesday, June 14, 2006

Nosotros, en cambio, sí nos acordamos de los que salen segundos.

Este es el cuento de Funes, el que perdió ante Romero el segundo Duelo Narrativo. En su favor, hay que decir que el resultado en brazos levantados fue 14- 13, habiendo votado él a favor de su rival.
En fin; como dice mi abuela: leer, leer, leer... y después ser osado.
(La consigna: el hombre al que le sacan una palabra)


Un hombre, una palabra

Por Funes.


I – uno
-...
-Marta, ¿estás despierta?
-...
-Marta, ¿escuchaste eso? ¿Ese ruido?
Marta no me escuchaba. Había ido a la despedida de soltera de la suiza y había traído una mona con olor a tequila. Imposible despertarla de un empujoncito. Pero algo había en ese rincón, algo.
-...
A medida que mis ojos se acostumbraban a unas lagañas duras como la puta que lo parió Marta, Marta...
-¿Mmmmh?
-...
-¿Escuchaste?
-¿Mmmmh? Mmm no...- dijo y me tiró un baho de tequila agusanada mezclada con el jugo gástrico de un chacal.
-¿Te lavaste los dientes antes de acostarte, Marta?- me indigné al levantar la sábana y verla con los zapatos rojos puestos. En una época, cuando estábamos de novios, tenía la costumbre de volver a casa muy borracha, cansada. Más de una vez me ha dicho que la han vomitado, que la bombacha se le rompió bailando y tantas otras excusas de su comportamiento denigrante para mi orgullo masculino. A la mañana siguiente sería la historia de siempre: yo le gritaría un poco, ella se justificaría por la falta de atención sufrida, yo justificaría la escasa dedicación por su paupérrima sensualidad, de un tiempo a esta parte, ella diría algo hiriente (por ejemplo, que no se siente satisfecha sexualmente) y yo haría alguna mención a su recalcitrante frigidez, de un tiempo a esta parte. Habría un silencio incómodo. Mis manos intentarían una reconciliación, por debajo de las sábanas, que "casualmente" sería interrumpida por alguna de las nenas que la llama o que directamente se le tira encimpa para abrazarla y dormir entre los dos.
Miré sus labios gruesos y esculpidos por algún renacentista italiano y los encontré bigotudos y algo húmedos. Giró sobre su almohada para abrazarme y otra vez dirigió su hediondo aliento a mis lagañosos ojos.
Qué baranda... y la put...
-Marta, levantáte y agarrá las nenas. Hay gente en la casa.
Cuando sus hijas corren peligro, Marta deja de ser una mujer insatisfecha y alcohólica y se transforma en una leona hija de mil puta.
En la oscuridad de mi habitación podía distiguir la sombra de mi mujer levantándose de la cama a los tumbos pero decidida, la puerta entornada para oír algún gemido de las nenas y los números verdefluorescentes del reloj despertador.
-...
Seguía oyendo esa respiración grave, cansada, peligrosa y no sabía si estaba cerca, lejos, en la habitación o fuera de ella. Me refregué los ojos y con las uñas de los dedos índice me quité las duras lagañas. Puse mis pies en la alfombra y chapotearon en un líquido vizcoso y tibio.
Marta me hizo temblar de un estruendoso grito que se interrumpió por el ruido de vidrios rotos y luego un golpe seco, lejano y apagado como de bolso con ropa vieja.
-...
Estaba inmóvil. Congelado. Me paré y al primer paso resbalé. Es lo último que recuerdo.
Ah, no; no es lo último. Lo último fue la hora; el reloj marcaba las 4.08 de la mañana.
II – dos
Cada dos años me pasaba lo mismo: la primera vez fue un aborto. La segunda fue un aborto, pero natural. La tercera y cuarta ya estaba con Marta, esas van juntas. Te cuento la primera si querés.
Estaba en mi casa, de madrugada un domingo esperando a mi novia que venía de su trabajo en un bar por el centro; de esos que tienen varios billares y viejos verdes que le acarician el culo a las mozas sin querer. Mi novia era moza y siempre discutíamos. Me acuerdo que esa noche estaban pasando una porno que había visto de muy pendejo y me quedé mirándola de melancólico, nomás. Cerré la cortina de la ventana que daba a las ventanas vecinas (ya me habían espiado antes y quería un poco de intimidad) y al rato empezaron las escenas entre la protagonista y una segundona con muy poco texto pero mucha teta. Pero bien, tetas con clase, duras y de un tamaño no tan exagerado; creíbles, en una palabra. Las minas se metían en el baño de un bar y se sacaban la lengua con la ropa... uff... qué digo; la ropa con la lengua... se me viene a la cabeza y me confundo todavía. El caso es que no recordaba esas escenas y bueno, tenía como una hora más hasta que viniera mi novia así que decidí aprovechar el tiempo. Era muy raro. Sentía que me "miraban" a los ojos mientras cogían. No es que te "miran" a vos. Pero en ese momento, a un paso de distancia, esa película fue perturbadora. Podía "oler" la piel de las minas como si fuera real. Resbalar en su transpiración. Acariciarles el pelo. Los labios pintados de bordó y delineados de negro. Fffffff... hermosas, jugosas, apetitosas, melosas.
-Estoy embarazada- me dijo sin temblar.
-¿Cuánto hace?- pregunté. ¡Con una cara...! Y se notaba mi irritación. Mi labio superior estaba duro. Así, de piedra parecía.
-Unos meses ya- decía la gorda. Con razón toda esa grasa. La gorda estaba embarazada. Con 20 años y embarazada. "El padre me la corta", pensé.
-Tu viejo me la corta- dije con ganas de pararme. El aroma lechoso del aire no la sacaba del sopor.
¡Qué bronca! Con las manos mojadas de los nervios le puse la grasa del ombligo en las tetas. Creo que después fue una patada. Le pegué tantas piñas que los dientes estaban esparcidos por todo el living. Uno quedó pegado a una gotita de semen al lado de la video casetera. De una patada le arranqué una ceja. Y ella pobrecita, "por favor, por favor", decía.
III – tres
-¿Cómo le sacaste una ceja de una patada?- preguntó.
-Mirá si le voy a sacar una ceja de una patada, ¿pero vos estás loco?- aclaré.
-No entiendo.
-Eso me lo imaginaba. Mientras discutíamos sobre qué pastilla abortiva tenía que tomar, me imaginaba como la cagaba a piñas. Porque eso fue lo que pasó. Discutimos hasta que "pudo" abortar. Yo no soy un monstruo.
-Entonces, ¿ese fue tu primer "asesinato"? Usando tus términos- dijo sin mirame anotando unas frases en un cuadernito de lunares verdes, amarillos y marrones con fondo bordó.
-Claro. Ese fue mi primer asesinato. Después, el segundo fue más elaborado. Una chica muy linda. Muy linda... ¡Una cola! Pero también; embarazada a los 6 meses de estar de novio. Típica niña adolescente, de esas que solo quieren sexo, sexo, sexo.
-¿Era más chica?
-Eso no importa. Tenía la edad suficiente para dejarse de joder. Que papito nos ayuda, que el sueldo que ella cobraba… todas pendejadas. No la soportaba pero ella no quería cortar. Estuvo dos meses embarazada. Porque después de la anterior experiencia, las controlaba hasta cuando iban al baño.
-¿Tanto?- preguntó sin mirar.
-No, en realidad no. No funcionaba. Ella adoraba que la controle. Así que tuve que improvisar otra estrategia, sobre la marcha.
La "entrevista" era en el living de mi casa. Tengo un living muy luminoso pero en esa tarde nublada, las luces venían de una lámpara, regalo de los padres de Marta. Recordé que tenía unos puchos en la mesita de luz y me levanté. El tipo apartó su anotador y estiró el cuello girándolo sobre su base.
-Yo hacía lo mismo- dije entrando a la cocina en busca de los fósforos.- Eso de estirar el cuello así, sobre la base del… del… la base, ¿no?- y sonreí de frente para que entendiera la broma.- Y entonces estaba todo claro: PUM. Y a la mierda el pendejo.
-… porque vos los matabas…-murmuró con sorna.
-Porque los mataba, claro. Qué… ¿me estás cargando?-
Como vió que mi actitud había cambiado propuso que le explique la estrategia del segundo aborto, el natural.
Lo miré fijo un segundo. Dos segundos. Cerré los ojos y giré la cabeza para masajear la nuca. Abrí los ojos y el tipo estaba pálido.
-…
Esa respiración grave, cansada, peligrosa. No sabía si estaba cerca, lejos, en el living o en la habitación.
IV – cuatro
-Hasta acá la traje. La garganta todavía chorreaba. Me miraba a los ojos lagrimeando y susurrando "papá, papá" entre los ronquidos de Marta.- Nos miramos largo rato con el tipo. Estaba sentado en el lado de la cama que antes ocupaba Marta.
-¿Acá mismo, mientras Marta dormía lo hiciste?- preguntaba con un dejo de sorpresa.
-Sí, a la mayor. La menor no sufrió. Mientras dormía le dí con una botella de tequila, la bebida favorita de Marta.
Mis ojos me irritaban.
-…
Para salir de la hipnsosis le conté del aborto natural.
Mucho "sos una basura" o los clásicos "sos una mantenida de tu viejo, improductiva". Así la traté verbalmente. Por otro lado no la tocaba ni con un chorro de soda. Esa sonrisa estúpida que se le dibujaba cuando me recibía. Creo que la vio venir porque una semana antes de correarse toda en el baño, me cortó el rostro. Ojeras verdes, te juro. Pudrida por dentro estaba.
-Nunca te acusaron de nada ni encontraron pruebas de ningún tipo. En este caso, el de tus hijas, me parece raro- decía escribiendo en el cuadernito de lunares verdes, amarillos y marrones con fondo bordó.
-¿Viste? Loco… ¿no?
Tomé una tijera del primer cajón y la escondí detrás de mí. El tipo escribía y escribía. Tenía una historia. Un entusiasmo nuevo. Alguien en quién creer. Se detuvo, levantó la vista y sonrió:
-Sos culpable. Pero nadie lo puede afirmar. Sos el culpable más inocente…
-…
El golpe fue certero: podía verle la aorta. La sangre manchó mi rostro. El tipo se tomó el cuello pero no duró más de un minuto revolcándose en el piso. Su cara de sorpresa me quitó una sonrisa.
-Loco… ¿no?- Y prendí otro cigarrillo.- Soy culpable. Ya no puedo ser otra cosa que culpable. Me han despojado de toda… toda inocencia.

Friday, June 09, 2006

El ganador del II Duelo Narrativo.

La consigna: el hombre al que le sacan una palabra.
Felicitaciones.
Esperamos tener en las próximas horas el dignísimo texto perdedor.


VISIGODOS

Por Ricardo Romero

1
Funes no era un hombre particularmente desconfiado, así que cuando ella le dijo quién era y de dónde se conocían, él le creyó y la invitó a sentarse en su mesa y, más tarde, a meterse en su cama y en su vida. Pero eso, a pesar de su corazón simple y sin dobleces, no duró mucho. Cuanto más tiempo pasaba con ella, más difícil le resultaba aceptar que fuera la misma mujer de la que había estado enamorado dieciocho años atrás. Se llamaba Dolores, igual que aquella, y era parecida, era casi igual a aquel viejo amor, pero ese casi era una grieta que crecía y se ensanchaba a medida que la relación progresaba. Además de no ser desconfiado, Funes era un hombre juicioso, y por eso le costaba entender que alguien quisiera hacerse pasar por otra persona sólo para estar con él. Tenía ya 50 años que no aparentaba, y si bien vivía con comodidad, sus ingresos como corrector de un diario no eran especialmente tentadores. Nunca le había hecho daño a nadie, y no podía imaginarse que alguien quisiera hacerle daño a él. Pero cada vez que la miraba con atención, algo se demoraba en llegar o llegaba demasiado rápido, algo en su cara que no era el paso de los años, sino tal vez todo lo contrario.
Un día Funes decidió ponerle fin a su duda, pero sólo logró ponerle fin a la relación. Era una tarde fría de invierno y ocupaban la mesa de siempre en el café de siempre. Él empezó hablando de lo rara que era la gente en la intimidad, y terminó hablando de lo raro que se sentía él. Ella le preguntó por qué se sentía raro y él sólo atinó a decir "por vos". Se miraron. Funes creyó haber dicho otra cosa, creyó que ahora ella le diría la verdad, pero ella se limitó a sonreír y a asentir frente a una misteriosa corazonada. Lo tomó con calma, y lo único que le pidió fue que le regalara algo que le sirviera para recordarlo. Él, en la delicadeza de esos momentos y confundido por el rumbo que había tomado la conversación, le dijo que sí. Ella le pidió una palabra. ¿Una palabra? Sí, una palabra, una que no vas a poder usar nunca más. Él no se asustó, pero no pudo dejar de ponerse alerta. ¿De verdad quería terminar con esa relación? Está bien, dijo, ¿qué palabra querés que te regale? Visigodos, dijo Dolores, y su boca se demoró por un segundo en el "go" y en el "dos". ¿Visigodos?, dijo él. Sí, dijo ella. ¿En plural o en singular? Es una sola palabra, es la misma. No, dijo él, una cosa es pelear contra un visigodo y otra cosa es pelear contra una horda de visigodos. Es lo mismo, te matarían igual, dijo ella, y él tuvo que aceptar que tenía razón. Decila por última vez, y después dámela, pidió ella al rato. Vi-si-go-dos silabeó él, sin atreverse a burlarse del todo. ¿Lo disfrutaste? preguntó ella. Sí, le respondió él, aunque no sabía si se refería a la relación o al paladeo final. Después, Dolores lo besó en la frente le dio las gracias y se fue.
2
Las primeras semanas posteriores a la separación, Funes anduvo como aturdido. No sabía si había querido separarse o no, no sabía de quién había querido separarse o no. Por eso no pensó mucho en la palabra que había regalado, hasta que una noche en la que hacía horas extras por la enfermedad de un compañero, solo en la sala de correctores, se encontró con que algún periodista entusiasta de la sección de deportes había comparado a la selección de fútbol española con la estirpe de los visigodos. Único bajo la lámpara de su escritorio entre escritorios a oscuras en el inmenso salón en silencio, se tapó la boca. Sin pensarlo tachó la palabra y puso "con la estirpe de las legiones del Cid Campeador". En el silencio de la madrugada pudo escuchar los latidos delatores de su corazón, se sentía un criminal. Ya en su casa no pudo dormir, y la palabra le aparecía refulgiendo debajo de su tachón. Al otro día, mientras mojaba la medialuna en el café con leche y revisaba los sucesos nocturnos, se sorprendió preocupado por esta pérdida, porque de pronto sintió que había perdido algo. Ahí empezaron los problemas. No recordaba haber usado esa palabra en su vida, pero ahora de repente se le aparecía escrita en su cabeza de todas las maneras posibles, y parecía pertinente en todas las conversaciones y en todos los textos que tenía que corregir. Podía escuchar el rasguido de una birome, el tecleo de una máquina de escribir, el motor de un avión dibujándola en el aire. Vi-si-go-dos, Visivisi-godosgodos, Vi-si-gggooodos. Una niña andando en bicicleta dentro de una burbuja bajo la luz de la luna. Y la niña era ella, claro, Dolores la visigoda. Funes era un hombre supersticioso, un moralista, por lo que en ningún momento se le ocurrió pensar que esa palabra podía volver a salir de sus labios sin que eso lo colocara en el camino sin retorno de la ignominia. El sólo hecho de pensarla ya le dolía, pero eso no podía evitarlo. A partir de allí, visigodos no sólo fue el pedalear de una niña dentro de una burbuja bajo la luz de la luna, sino también el estruendo del lento derrumbe de su vida.
El tiempo pasó. Pero el tiempo se había vuelto visigodo y las cosas a él ya no le salían tan bien como antes. Siempre se había caracterizado por su mansa cordialidad, su facilidad de palabra hablando poco, sólo lo necesario, su cara de buen tipo. Eso le había permitido desenvolverse en la vida sino con éxito, al menos sin problemas. Pero de pronto parecía distraído, nervioso. Justo cuando tenía que mostrarse seguro y firme para convencer a alguien, su sonrisa temblaba y terminaba tartamudeando. La palabra, la muy insidiosa, le aparecía en los momentos más inoportunos, esperaba agazapada, de pronto le saltaba a la boca y él tenía que morderse la lengua para callar. Y se la mordía en serio. Entre ése constante masticarse la lengua y el sueño cortado lleno de niñas en bicicletas dentro de burbujas lunares, bajó varios kilos, se puso pálido y sus ojeras se ennegrecieron. Una madrugada, cuando estaba preparándose para salir del diario, su jefe lo llamó para preguntarle qué le estaba pasando. Iba a decir que nada, que estaba un poco cansado, que no era para preocuparse y que ya estaba tomando unas vitaminas, pero cuando abrió la boca pudo sentir cómo los dientes se le apoyaban en el labio inferior formando el "vi..." que inauguraba la catástrofe. Ante el desconcierto de su jefe, se mordió la lengua y se tapó la boca. Una lágrima enorme bajó lentamente por una de sus pálidas mejillas. Dos meses después lo jubilaron.
Sin embargo, después de treinta años de corrector, nadie podía esperar que dejara de corregir de un día para el otro. Por eso Funes se levantaba a las dos de la madrugada y salía a buscar en el centro de la ciudad el primer diario. Lo compraba y entraba en algún café y ahí se quedaba hasta el amanecer, corrigiendo el diario entero. Se podría haber contentado con corregir sólo una sección, como lo hacía habitualmente cuando trabajaba, pero la sospecha de que en alguna parte del diario lo asechaba esa palabra, lo obligaba a leerlo de punta a punta. Pero la palabra no aparecía, y quién sabe a dónde hubiese terminado Funes, si no hubiese corregido también los clasificados. En el rubro 59, entre tantos avisos, con los ojos irritados y el alma como un café frío, encontró uno que le prometía todo lo que él quisiera, a cualquier hora del día, y él le creyó. Estaba amaneciendo y desde el teléfono del bar llamó al número que figuraba. Una voz de mujer dormida le dijo la tarifa y le dio la dirección. Estaba a dos cuadras de ahí, en Av. De Mayo al 800. Funes recorrió esas dos cuadras bajo el temblor frío del amanecer tratando de recordar la última vez que había rezado.
3
Era un pedido extraño, a todos luces inofensivo, y sin embargo, a ellas les parecía que eso encarecía su servicio. Simplemente tenían que pronunciar esa palabra mientras complacían las variantes poco imaginativas de su deseo, pero eso casi duplicaba el precio. Él lo pagó desde el principio, sin regatear, y con el paso de los encuentros tuvo que reconocer que lo valía. "Visigodos, visigodos, sí, visigodos" decían ellas, y él escuchaba embelesado. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo ignorando esa palabra? Estos encuentros le dieron cierto equilibrio. La palabra en boca de ellas agotaba sus posibilidades, al menos por unas horas. Se volvió el mejor cliente de varios saunas céntricos, y de dos putas a domicilio que había encontrado en los clasificados. "Visigodos, visigodos, visigodos, visigodos." Con los ojos abiertos podías verlas oscilar encima de su cuerpo, y sus tetas se sacudían como siguiendo la música de tambores africanos que salía de sus bocas. "Visigodos, visigodos, visigodos, visigodos". Con los ojos cerrados, volvía a verla a ella, la niña incansable pedaleando dentro de una burbuja bajo la luna lejana.
Con el tiempo disponible de un jubilado, se alejó de todos los ámbitos por los que solía andar, y empezó a pasar días enteros en los prostíbulos donde lo dejaban.
Y de pronto la palabra dejó de ser una palabra. En boca de las sucesivas mujeres se volvió un gemido, un quejido de terodáctilo. "Visigodos, visigodos", gritaban mientras aleteaban sobre él, y a él lo invadía un miedo nuevo y maravilloso. "Visigodos, visigodos", carcajeaban las mujeres que ya no eran mujeres. En la oscuridad del cuarto, bajo la tenue luz roja de una lámpara de fantasía en un hotel alojamiento, ellas mostraban el chisporroteo de sus alas, la ferocidad de sus manos atrapando el aire o las sábanas. Nunca había tenido mejor sexo. La resistencia de sus erecciones era inaudita y ellas también parecían disfrutarlo. En el borde de los grandes espejos, más de una vez sorprendió sus miradas extrañadas. Lo miraban ir al baño como si no estuvieran seguras de que lo que acababan de tener era sexo. Mientras los encuentros se seguían sucediendo a cualquier hora del día o de la noche, él también dejó de estar seguro.
Hasta que un día, el día que cumplía 51 años, al llamar a uno de sus servicios favoritos (tres jóvenes que vivían juntas, supuestas estudiantes de letras), la que lo había atendido gritó algo que él tardó en entender: "Lola, te busca el Visigodo", escuchó perplejo el hombre que alguna vez se había llamado Funes, del otro lado del tubo. Horas más tarde, cuando se encontraron, Lola le sonrió como siempre, pero esta vez Funes supo que le estaba sonriendo al Visigodo. Esa noche, después de que Lola se durmiera, el hombre que alguna vez se había llamado Funes se paró desnudo frente al espejo del cuarto. Su cuerpo flaco y envejecido parecía duro. Bajo la luz esquiva y tramposa de la habitación al viejo Funes le resultaba más extraña la palabra "Funes" que la palabra "viejo". Se miró largo rato, y en algún momento aceptó que algo había terminado y tenía que despedirse. "Chau, Funes", dijo, y le regaló su propio nombre al reflejo para que se lo llevara. No lo creyó del todo, pero supo que terminaría creyéndolo. Mientras el Visigodo volvía a la cama, Funes se alejó en el espejo. El Visigodo se acostó, y antes de dormirse alcanzó a preguntarse qué habría sido de ella, de Dolores, la niña en la burbuja, de qué manera habría utilizado esa palabra que poseía dos veces, si le habrían crecido alas de terodáctilo, si habría llegado a la luna o no. No lo sabía, y no saberlo le pareció la forma más perfecta del amor. Lola en sueños buscó su cuerpo y lo abrazó. El Visigodo buscó en la cara de la muchacha dormida algo conocido, y sin encontrarlo se durmió pensando que al día siguiente compraría una bicicleta y se la regalaría.

Wednesday, June 07, 2006

Se fue el segundo.

Fue en la noche de ayer, Martes. Alrededor de las once y media de la noche los retadores subieron al escenario de Bartolomeo y, ante una pequeña multitid de, como mínimo, treinta personas, hicieron lo suyo. Se batieron a duelo. La consigna era El hombre al que le sacan una palabra.
Con una bella cadencia etílica se sucedieron las partes del asunto. Funes leyó haciendo gala de su conocida capacidad dramática (dicen que habría actuado en la joya del nuevo cine argentino, "El Bonaerense"), respiró, inhaló y exhaló, interpretó personajes y todo eso. Romero miraba a la platea con cara de 'este tipo se compra al público con recursos para nada literarios, lo sé, pero qué bien lo hace; estoy muerto'. Una cara. La de él.
Después leyó, con su tono entre riano y fabuloso, un cuento que creemos recordar 'intutilado' (el Traful de la gente de Bartolomeo estaba entonces particularmente criptonítico): Visigodos.
Coincidencias: ambos leyeron los números de los capítulos como si fueran R. Fresán: Uno, Dos, Etcétera. Nos parece que la lectura en voz alta vuelve inoperante el número del capítulo, que puede ser reemplazado por un silencio significativo, pero si quisiéramos corregir haríamos un taller literario, cuando acá, en los duelos narrativos, no corregimos: hacemos que el bueno gane y el malo pierda.
La verdad deportiva de la literatura.
Y fue así: los espectadores prestaron atención como si les estuvieran leyendo un diagnóstico, y votaron.
¿Qué votaron?
R. Romero: 14- Funes: 13

En días venideros subiremos a este blog los cuentos, ganador y perdedor. Y, porque la literatura siempre te da revancha, los weblectores podrán votar y decidir.
Así fue.
Después volvimos al peruano donde todo esto se inició. Una mesa larga. Muchos platos con distintos nombres y el mismo contenido. Mucho brindis. Un golpe de Estado Gripal. Preparación de la presentación del libro de cuentos de Ignacio Molina (este Viernes no, el otro, en Bartolomeo). Libros regalados, dedicatorias escritas con vino tinto y un dedo de la mano derecha. ¿Dedicar viene de 'dedo'?
Y el próximo duelo que ya se está gestando. Mañana, acá mismo, la consigna y el nombre de los retadores oficiales.
Paciencia.

Monday, June 05, 2006

Ahora bien: ¿Cómo hago para participar de los duelos con mi cuento?

¡Muy fácil! Enviándolo a:

duelosnarrativos@yahoo.com.ar

¿Y lo puedo hacer desde mi casa?

Por supuesto. Esto es internet.

La previa de los duelistas

Funes, uno de los participantes del II duelo narrativo, calienta el ambiente desde su blog.
Mañana se verán las caras.

Comunicado II Duelo Narrativo

Sííííí... Nace el Anticristo!!!
¿Cuándo? Este martes 6 de junio.
¿Dónde? En Bartolomeo, Bartolomé Mitre 1525.
¿A qué hora? Tipo 23, después de las lecturas organizadas por el Grupo Alejandría.
¿Los duelistas? Ricardo Romero vs Funes.
¿La consigna? El hombre al que le sacan una palabra.

Saturday, June 03, 2006

Apareció: el segundo cuento del legendario I Duelo Narrativo.

Por Miguel Rosenzvit.

Taller de Entrenamiento Literario
Escritura de narrativa
Grupos reducidos / clases intensivas
Lectura de clásicos y contemporáneos
Ejercitación / Teoría literaria
Coordina Miguel Rosenzvit
Finalista Premio Planeta 2006
Arancel $80
infotaller_2000@yahoo.com.ar 4958-2591 / 15 6853 5404